lunes, 2 de marzo de 2009

Dios sí nos conoce. Lucas 4:23-24

“El les dijo: Sin duda me diréis este refrán: Médico, cúrate a ti mismo; de tantas cosas que hemos oído que se han hecho en Capernaum, haz también aquí en tu tierra. Y añadió: De cierto os digo, que ningún profeta es acepto en su propia tierra.” Lucas 4:23 y 24

Una de las cosas que mas han impactado de Jesús es el conocimiento que tenía del corazón de los hombres. Yo casi podría aseverar que toda su enseñanza fue basada en ese conocimiento. El conocía exactamente la condición del hombre y su forma de actuar y de pensar.

Y han pasado los años y esa misma condición persiste. Cuando nosotros en la actualidad queremos hacer algo, Dios ya lo sabe. El conoce de una manera precisa la forma en cómo pensamos y cómo actuamos, de hecho el no se espanta por lo que hacemos, así se lo peor del mundo, el no se espanta. Lo mas impactante de todo esto es que no sólo conoce al hombre y sus intenciones reales, sino que al hacerse hombre sabe también en carne propia. Por eso es que podemos confiar en que podemos salir adelante en cualquier situación que tengamos enfrente. Son dos promesas poderosísimas dadas en función a que Él sabe la condición del hombre; una que no pasaremos por una tentación que no podamos vencer y dos que siempre nos dará la salida.

En este pasaje nos damos cuenta que los hombres iban a reprocharle muchas cosas, el mensaje de esta parte nos lleva a pensar cuando sus hermanos en la carne dudaron de Él, pero también nos lleva a cuando Jesús estaba en la cruz donde la misma gente que algún día lo apoyó cuando lo ve en la cruz empieza a reprocharle para que el mismo se salve y se baje de la cruz. Él lo sabía y por eso se los dice casi en el inicio de su ministerio. Él sabía lo que iba a pasar. Y aún así decide dar su vida por todos, es algo que en nuestra limitada mente humana no puede caber, y es una muestra de su gran amor inmutable a pesar de nuestros actos.

Y eso mismo sucede actualmente, ningún profeta es acepto en su tierra. Sucede muy a menudo que los “grandes hombres de Dios” tienen familia cercana, tienen gente que los conoce desde niños, que saben cómo son en la vida diaria. Y les cuesta trabajo aceptar que han sido llamados y escogidos y constituidos por Dios. Cuando ven a unos de estos hombres recuerdan todo lo que han visto de ellos. Por eso la pregunta que estudiamos en el mensaje pasado. ¿es éste el hijo de José? Porque lo han visto tantas veces y de manera natural que ahora les cuesta trabajo pensar en el profeta como un santo, en su extensión completa de la palabra… un “apartado para Dios”. Esto nos sucede porque queremos ver que los santos elegidos los escogen por sus obras, queremos que sean sus obras las que los lleven a la santidad y servicio a Dios. Y no es así, Dios nos elige por pura Gracia. Por su santa voluntad.

Si tu papá que te vio nacer y conoce todos tus defectos de repente le llegan noticias del “gran hombre de Dios” que es su hijo pues su primer reacción es de poner en tela de juicio ese tipo de comentarios porque se le viene a la mente todos sus pequeños defectos que la demás gente no conoce. Ahora bien esto es algo natural, algo que nos sucede a todos. Lo que deberíamos hacer es entrenarnos para poder asimilar más cabalmente lo que significa la gracia. Y cuando veamos a un constituido por Dios no lo desechemos y podamos aceptarle confiando en la gracia divina.

Dicen que detrás de un gran hombre hay una mujer sorprendida. Y es cierto. Porque ella lo ve todo el día lo conoce en todas las facetas de la vida y no sólo en las que se luce públicamente. La gente que nos rodea es la primera que nos conoce de principio a fin.

Así que si tu esposa un día es elegida y constituida apóstol o profeta (sólo por poner un oficio) no vayas a cometer el error de emitir el primer juicio natural de no aceptarla. Mejor ora y acierta apoyándola en todo lo que necesite para cumplir su propósito.

Armando Carrasco Z.

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