miércoles, 24 de septiembre de 2008

Los desiertos. Lucas 3:1-6

“En el año decimoquinto del imperio de Tiberio César, siendo gobernador de Judea Poncio Pilato, y Herodes tetrarca de Galilea, y su hermano Felipe tetrarca de Iturea y de la provincia de Traconite, y Lisanias tetrarca de Abilinia, y siendo sumos sacerdotes Anás y Caifás, vino palabra de Dios a Juan, hijo de Zacarías, en el desierto. Y él fue por toda la región contigua al Jordán, predicando el bautismo del arrepentimiento para perdón de pecados, como está escrito en el libro de las palabras del profeta Isaías, que dice:

Voz del que clama en el desierto:
Preparad el camino del Señor;
Enderezad sus sendas.
Todo valle se rellenará,
Y se bajará todo monte y collado;
Los caminos torcidos serán enderezados,
Y los caminos ásperos allanados;
Y verá toda carne la salvación de Dios.”

Lucas 3: 1-6

En este pasaje que prepara la presentación de Juan en su ministerio hace mención de los gobernantes políticos en esa época y hace mención de los gobernantes espirituales. Pero vemos algo curioso; el sumo sacerdote en el puesto era Caifás, pero su suegro, el cual había sido antes el sumo sacerdote, ahora era quien verdaderamente manejaba las cosas. Esto aclarará algunas cosas durante nuestro estudio de Lucas.

Dice la Biblia que siendo ellos los gobernantes tanto políticos como espirituales, vino palabra de Dios a Juan. Muchas veces va a venir palabra de Dios cuando se junten ciertas variables, en este caso no podemos ahondar mucho sobre el tema pero es claro que Dios quería dejar un mensaje cuando menciona la ubicación en el tiempo de los que gobernaban en ese entonces.

Y dice que la palabra que vino a Juan vino en el desierto. Esta palabrita no nos gusta nada de nada. Siempre que leemos desierto la leemos con mucho respeto y a veces hasta con temor. Porque nadie quiere estar en los famosos desiertos, sólo por confirmar “desierto” se relaciona con momentos, situaciones o circunstancias dolorosas y de soledad que debemos pasar en determinados tiempos. Puede ser una enfermedad, una situación económica difícil, un problema sentimental o familiar, bueno…hay un sin fin de desiertos. Pero aunque estos desiertos no nos gusta ni mencionarlos, cuando nos damos cuenta son tiempos donde Dios envía su palabra a nosotros, esto no quiere decir que no la envíe cuando no estamos en desierto, pero es muy común que Dios nos hable casi audiblemente cuando estamos en un o de ellos. Pareciera ser que el desierto es un excelente lugar para estar sensibles a Su Voz. Es un lugar donde no hay “distracciones” que nos desvíen de lo que Dios quiere que escuchemos. Eso es un desierto. Y lo curioso es que una vez que lo pasamos, vemos todo con otra perspectiva y hasta comentamos por todo lugar a donde vamos que “hemos pasado por un desierto”.

Sólo los que hemos pasado desiertos entendemos a profundidad lo que significa un desierto. En todos sentidos, desde lo que se sufre hasta lo mucho que se recibe. Hay ocasiones que la única manera en que podamos atender la voz de Dios a plenitud es estando en un desierto. Escuchamos su voz los domingos pero no provoca cambios, escuchamos su Voz mientras oramos y leemos pero no pasa nada entonces vamos al desierto y allí estamos listos para que la voz de Dios venga a nosotros.

A un desierto no puedes ir por tu voluntad, a un desierto llegas sin que tú quieras. De repente te encuentras en ese lugar con sol, cansado con sed y con una tremenda soledad y desesperanza. Y de noche con frío y miedo. El tiempo pasa lentamente. Y de repente oímos Su voz y aunque estamos en un desierto todo cambia. Él nos sostiene y nos guarda y nuevamente cuando te das cuentas has salido del desierto. Con una perspectiva de la vida y de tu situación completamente diferente. El desierto es un tiempo para estar a solas con Dios.

Armando Carrasco Z

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